Lluvia, Lluvia, aléjate
-Ahí está otra vez -dijo Lillian Wright, ajustando
las celosías-. Ahí está, George.
-¿Ahí está quién? -preguntó su esposo,
tratando de obtener un contraste satisfactorio en el
televisor para ver el
partido de béisbol.
-La señora Sakkaro -respondió Lillian, y para impedir el
inevitable «¿quién es ésa?» se apresuró
a añadir-: La nueva vecina, por amor
de Dios.
-Ah.
-Tomando el sol. Siempre tomando el sol. Me pregunto dónde
estará su hijo. Habitualmente
está fuera, en un día tan bonito como éste,
jugando en ese patio inmenso y tirando la pelota
contra la casa. ¿No le has
visto nunca, George?
-Le he oído. Es una versión de la tortura china de la
gota de agua. Un golpe en la pared, un
golpe en el suelo, un golpe en la
mano. Blam, bang, paf...
-Es un chico agradable, tranquilo y bien educado.
Ojalá Tommie entablara amistad con él. Tiene
la edad apropiada. Unos diez
años, diría yo.
-No sabía que Tommie tuviese problemas para entablar
amistades.
-Pero es difícil con los Sakkaro. Son muy reservados. Ni siquiera
sé qué hace el señor Sakkaro.
-¿Por qué tienes que saberlo? No te incumbe lo
que hace.
-Es raro que nunca lo vea salir a trabajar.
-A mí nadie me ve
salir a trabajar.
-Tú te quedas en casa a escribir. ¿Qué hace él?
-Sin
duda, la señora Sakkaro sabe qué hace su esposo y le fastidia no saber qué hago
yo.
-Oh, George. -Lillian se alejó de la ventana y miró con
disgusto
al televisor. (Schoendienst era el bateador)-. Creo que
deberíamos intentarlo. El vecindario
debería intentarlo.
-¿Intentar qué?
-George estaba repantigado en el sillón, con una Coca-Cola en la mano,
recién
abierta y chorreando por la humedad.
-Conocerlos.
-¿No lo
intentaste ya cuando llegaron? Me dijiste que habías ido a visitarlos.
-Los
saludé, pero ella acababa de mudarse y todavía estaba muy atareada, así que eso
fue todo.
Han pasado dos meses y lo único que hacemos es saludarnos. Es muy
rara.
-¿Ah, sí?
-Siempre está mirando al cielo. La he visto cien veces, y
nunca sale si está nublado. Una vez,
cuando el chico estaba jugando fuera, le
ordenó que entrara, gritándole que iba a llover. La oí
por casualidad y salí
deprisa, pues tenía ropa tendida. Hacía un sol aplastante. Y, sí,
había
algunas nubecillas, pero nada más.
-¿Y luego llovió?
-Claro que
no. Salí corriendo al patio para nada.
George estaba enfrascado en el
alboroto que había provocado un fallo de un jugador. Cuando
terminó la
algarabía y mientras el lanzador procuraba recobrar la compostura, George
le
comentó a Lillian, que entraba en la cocina:
-Bueno, como son de
Arizona, no creo que conozcan nubes de otro tipo.
Lillian regresó a la sala,
taconeando.
-¿De dónde?
-De Arizona, según Tommie.
-¿Cómo lo supo
Tommie?
-Habló con el chico mientras jugaban a la pelota, y él le dijo a
Tommie que venían de Arizona y
luego lo llamaron desde la casa. Al menos,
Tommie dice que debía de ser Arizona, Alabama o
un sitio similar. Ya sabes
que Tommie no tiene buena memoria. Pero si el tiempo los pone
nerviosos
supongo que son de Arizona y por eso no saben cómo tomarse un buen clima
lluvioso
como el nuestro.
-¿Y por qué no me lo habías contado
nunca?
-Porque Tommie me lo contó esta mañana, porque pensé que él ya te
habría contado y, con
franqueza, porque creí que podrías llevar una vida
normal aunque nunca lo supieses. ¡Vaya...!
La pelota se remontó hacia las
tribunas y el lanzador se dio por vencido. Lillian se acercó a
las
celosías.
-Tendré que conocerla mejor. Parece muy agradable... ¡Oh,
Dios, mira eso, George! -George no
apartó la vista del televisor.-. Sé que
está mirando esa nube. Y ahora se meterá en casa. Seguro.
Dos días
después, George fue a la biblioteca a buscar unas referencias y regresó con una
pila de
libros. Lillian lo recibió exultante:
-Oye, mañana no harás
nada.
-Parece una afirmación, no una pregunta.
-Es una afirmación. Iremos
con los Sakkaro al parque de Murphy.
-¿Con...?
-Con nuestros vecinos,
George. ¿Cómo es posible que nunca recuerdes el apellido?
-Soy un
superdotado. ¿Y cómo ha sido eso?
-Esta mañana fui a su casa y toqué el
timbre.
-¿Así de fácil?
-No creas. Fue difícil. Estuve allí, vacilando y
con el dedo sobre el timbre, hasta que comprendí
que era preferible llamar y
no que alguien abriera la puerta y me sorprendiera plantada allí
como una
boba.
-¿Y ella no te echó?
-No. Fue amabilísima. Me invitó a entrar, me
reconoció, se alegró de que la visitara.
-Y tú le sugeriste lo de ir al
parque.
-Sí. Pensé que todo sería más fácil si sugería un sitio donde los
niños pudieran divertirse. A ella
no le gustaría estropearle a su hijo una
oportunidad así.
-Psicología materna.
-Pero tendrías que ver su
casa.
-Ah. Había un motivo para todo esto. Ahora lo entiendo. Querías hacer
una inspección
completa. Por favor, no me comentes la combinación de colores.
No me interesan cómo son las
colchas y puedo prescindir de toda alusión al
tamaño de los armarios.
El secreto de la felicidad de su matrimonio era que
Lillian no le prestaba atención a George.
Comentó la combinación de colores,
describía las colchas y precisó las medidas exactas de los
armarios.
-¡Y
todo muy limpio! Nunca he visto un lugar tan ínmacualdo.
-Pues si llegas a
conocerla bien te crearás unas exigencias imposibles y tendrás que dejar
de
verla sólo para protegerte.
-La cocina -continuó Lillian, sin prestarle
atención- estaba tan resplandeciente como sí nunca la
hubieran usado. Le pedí
un vaso de agua y ella puso el vaso bajo el grifo con tal habilidad que
ni
una gota cayó en el fregadero. No era afectación; lo hizo tan espontáneamente
que comprendí
que siempre lo hacía de ese modo. Y cuando me entregó el vaso
lo sostenía con una servilleta
limpia. Aséptica como un hospital.
-Debe de
ser insoportable. ¿Aceptó venir con nosotros sin vacilar?
-Bueno..., no sin
vacilar. Llamó a su esposo para preguntarle cuál era el pronóstico del tiempo
y
él dijo que los periódicos anunciaban cielo despejado para mañana, pero que
estaba esperando el último informe de la radio.
-Todos los periódicos lo
decían, ¿eh?
-Desde luego; todos publican el informe oficial, así que todos
concuerdan. Pero creo que ellos
están suscritos a todos los periódicos. Al
menos, yo he visto el paquete que deja el repartidor...
-No te pierdes
detalle, ¿no?
-De cualquier modo -siguió Lillian con severidad-, ella llamó a
la oficina de meteorología y
pidió las últimas noticias. Se las comunicó a su
esposo y dijeron que irían, aunque nos
telefonearían si había cambios
imprevistos en el tiempo.
-De acuerdo. Entonces, iremos.
Los Sakkaro eran
jóvenes y agradables, morenos y guapos. Mientras atravesaban la calzada
para
ir hasta el automóvil de los Wright, George se inclinó hacia su esposa y
le susurró al oído:
-Así que la razón es él.
-Ojalá fuera así. ¿Lo que
lleva es una bolsa?
-Una radio portátil. Sin duda para escuchar los
pronósticos del tiempo.
El pequeño Sakkaro venía corriendo detrás, agitando
algo que resultó ser un barómetro
aneroide, y los tres se subieron al asiento
trasero. Entablaron una charla sobre temas
impersonales que se prolongó hasta
que llegaron al parque de Murphy.
El niño Sakkaro era tan cortés y razonable
que incluso Tommie Wright, apretujado entre sus
padres en el asiento
delantero, siguió su ejemplo y adoptó una apariencia civilizada. Lillian
no
recordaba haber disfrutado de un viaje tan apacible.
No la molestaba en
absoluto que el señor Sakkaro tuviera la radio encendida, aunque en
un
volumen inaudíble, y nunca le vio llevársela al oído.
Hacía un día
delicioso en el parque, caluroso y seco sin llegar a ser bochornoso, con un
sol
alegre y brillante en un cielo muy azul. Ni siquiera el señor Sakkaro,
que no dejaba de
inspeccionar el cielo ni de mirar el barómetro, parecía
encontrar motivos de queja.
Lillian llevó a los niños a la parte de las
atracciones y les compró billetes suficientes para que
disfrutaran de todas
las emociones centrífugas que ofrecía el parque.
-Por favor -le dijo a la
señora Sakkaro cuando ésta se opuso-, invito yo. La próxima vez le
tocará a
usted.
Cuando regresó, George estaba solo.
-¿Dónde...?
-Allí, en el
puesto de los refrescos. Les he dicho que te esperaría aquí y luego nos
reuniríamos
con ellos -contestó George, en un tono sombrío.
-¿Pasa algo
malo?
-No, nada malo, excepto que sospecho que él debe de ser bastante
rico.
-¿Qué?
-No sé cómo se gana la vida. He insinuado...
-¿Quién
fisgonea ahora?
-Lo hice por ti. Me ha dicho que se dedica simplemente a
estudiar la naturaleza humana.
-¡Qué filosófico! Eso explicaría por qué
reciben tantos periódicos.
-Sí, pero con un hombre apuesto y rico como vecino
me parece que yo también voy a tener que
enfrentarme a unas exigencias
imposibles.
-No seas tonto.
-Y no viene de Arizona.
-¿No?
-Le dije
que había oído que eran de Arizona. Se sorprendió tanto que parece evidente que
no. Se
echó a reír y me preguntó que si tenía acento de Arizona.
-Tiene un
poco de acento -observó Lillian pensativamente-. Hay mucha gente de origen
hispano
en el suroeste, así que podría ser de Arizona. Sakkaro podría ser un
apellido hispano.
-A mí me parece japonés... Vamos, nos están llamando. ¡Oh,
cielos, mira lo que han comprado!
Cada uno de los Sakkaro tenía tres palillos
de algodón de azúcar, enormes remolinos de
empalagosa espuma rosada batida en
un recipiente caliente. Se derretía dulcemente en la boca y
la dejaba
pegajosa.
Los Sakkaro entregaron un palillo a cada uno de los Wright y éstos
aceptaron por cortesía.
Caminaron por la avenida central, probaron suerte con
los dardos, lanzaron pelotas, derribaron
cilindros de madera, se hicieron
fotos, grabaron sus voces y probaron la fuerza de sus manos.
Finalmente,
recogieron a los pequeños, que habían quedado reducidos a un gozoso estado
de
tripas revueltas, y los Sakkaro se llevaron al suyo al puesto de los
refrescos. Tommie quería un
perrito caliente y George le dio una moneda, así
que el crío echó a correr.
-Francamente -dijo George-, prefiero quedarme
aquí. Si les veo engullir más algodón de azúcar
me pondré verde y vomitaré.
Apostaría a que se han comido una docena de palillos cada uno.
-Lo sé, y
ahora están comprando más para el niño.
-Le he ofrecido a Sakkaro una
hamburguesa, pero me la ha rechazado con mala cara. No es que una hamburguesa
sea una gran cosa, ahora que después de tanta
golosina debe de saber a
gloria.
-Lo sé. Yo le he ofrecido a ella zumo de naranja y se sobresaltó como
si se lo hubiera arrojado a
la cara. Supongo que nunca han visitado un sitio
como éste y necesitarán tiempo par adaptarse a
la novedad. Se atiborrarán de
algodón de azúcar y no volverán a probarlo en diez años.
-Bueno, quizá.
-Caminaron hacia los Sakkaro-. Mira, Lillian, se está nublando.
El señor
Sakkaro tenía la radio pegada a la oreja y miraba angustiado hacia el
oeste.
-Vaya, ya lo he visto -comentó George-. Uno contra cincuenta a que
quiere volver a casa.
Los tres Sakkaro se le echaron encima, amables, pero
insistentes. Lo lamentaban, lo habían
pasado de maravilla, los invitarían en
cuanto pudieran, pero ahora tenían que irse, de verdad. Se
acercaba una
tormenta. La señora Sakkaro se quejó de los pronósticos, pues todos
habían
anticipado buen tiempo.
George trató de consolarlos:
-Es difícil
predecir una tormenta local, pero aunque viniera duraría a lo sumo media
hora.
Ante ese comentario, el pequeño Sakkaro casi rompió a llorar, y la mano
de la señora Sakkaro,
que sostenía un pañuelo, tembló visiblemente.
-Vamos
a casa -dijo George, resignado.
El viaje de regreso se prolongó
interminablemente. Nadie hablaba. El señor Sakkaro tenía la
radio a todo
volumen y pasaba de una emisora a otra, sintonizando los informes
meteorológicos.
Ya todos anunciaban «chaparrones locales».
El pequeño
Sakkaro chilló que el barómetro estaba bajando, y la señora Sakkaro, con la
barbilla
en la palma de la mano, miró alarmada al cielo y le pidió a George
que condujera más deprisa.
-Parece amenazador, ¿verdad? -observó Lillian, en
un cortés intento de compartir la
preocupación de sus invitados. Pero luego
George le oyó mascullar entre dientes-: ¡Habráse
visto!
El viento
levantaba una polvareda cuando llegaron a la calle donde vivían, y las
hojas
susurraban de un modo amenazador. Un relámpago cruzó el
firmamento.
-Estarán en casa dentro de un par de minutos, amigos. Lo
conseguiremos -los tranquilizó
George.
Frenó en la puerta que daba al
inmenso patio de los Sakkaro, se bajó del coche y abrió la
portezuela
trasera. Creyó sentir una gota. Habían llegado justo a tiempo.
Los
Sakkaro salieron a trompicones, con el rostro tenso y mascullando unas frases
de
agradecimiento, y corrieron hacia la puerta como una
exhalación.
-Francamente -comentó Lillian-, cualquiera diría que
son...
Los cielos se abrieron arrojando goterones gigantes, como si una presa
celestial hubiera
reventado. La lluvia repicó con fuerza sobre el techo del
auto y a pocos metros de la puerta los
Sakkaro se detuvieron y miraron hacia
arriba con desesperación.
La lluvia les emborronó, desdibujó y encogió el
rostro. Los tres cuerpos se arrugaron y se
deshicieron dentro de la ropa, que
se desplomó en tres montones pegajosos y mojados.
Y mientras los Wright
observaban paralizados por el horror Lillian fue incapaz de dejar
incompleta
la frase:
-.., de azúcar y tienen miedo de derretirse.
a) Titulo del libro ó lectura
Lluvia, lluvia, aléjate
b) Autor
Isaac Asimov
c) Biográfia del autor
Científico inglés (Woolsthorpe, Lincolnshire, 1642 - Londres, 1727).
d) Personajes Principales
Lillian Wright, Geoege Wright, Sra. y Sr. Sakkaro
e) Personajes Secundarios
Tommie (Wright) y el niño sakkaro
f) Contexto historico (En que epoca, año, tiempo se desarrolla la lectura)
Epoca Contemporanea
g) Contexto Geográfico (Lugar, región, pais donde se desarrolla la historia)
Estados Unidos
h) Resumen de la lectura
Lillian Wright Observa en la ventana a los nuevos vecinos que recien habian llegado ha vivir a lado de ellos, entonces lillian le comento a george que a ella le parecia que eran raros los Sakkaro ese era el apellido que tenian los nuevos vecinos. Entonces lillian dijoa george que seria muy bueno que empezaran a conocer a sus nuevos vecinos pero lo raro que decia lillian que tenian los sakkaro era que la señora sakkaro siempre miraba al cielo y cuando su hijo jugaba en su enorme patio derepente veia que el cielo se estaba nublando y de inmediato lo metia aunque no pareciera que fuera a llover entonces george exclamo que tal vez como venian de arizona no conocian como era el clima en esa parte donde habian llegado a vivir...
Los Sakkaro salieron a trompicones, con el rostro tenso y mascullando unas
frases de
agradecimiento, y corrieron hacia la puerta como una
exhalación.
-Francamente -comentó Lillian-, cualquiera diría que
son...
Los cielos se abrieron arrojando goterones gigantes, como si una presa
celestial hubiera
reventado. La lluvia repicó con fuerza sobre el techo del
auto y a pocos metros de la puerta los
Sakkaro se detuvieron y miraron hacia
arriba con desesperación.
La lluvia les emborronó, desdibujó y encogió el
rostro. Los tres cuerpos se arrugaron y se
deshicieron dentro de la ropa, que
se desplomó en tres montones pegajosos y mojados.
Y mientras los Wright
observaban paralizados por el horror Lillian fue incapaz de dejar
incompleta
la frase:
-.., de azúcar y tienen miedo de derretirse.
i) ¿En que se relaciona la lectura con tú vida cotidiana?
en nada se relaciona en mi vida
j) Opinión, Crítica ó comentario sobre la lectura
interesante porque se me hizo divertida la lectura